Está fue la primera exposición de fotografía que preparamos Luis Javier Roiz y yo ante una solicitud de la Esmeralda, nos dedicamos a ampliar en gran formato una foto de retrato y una foto de cadáveres y a la hora de exponer resultó que el trabajo era más agresivo de lo que esperaban! esto tiene más de 10 años y no lo veo agresivo pero vean ustedes mismos, el texto lo escribió Bef.
Cada disparo del obturador es como un fino corte de tiempo, instante arrancado de la realidad, una navaja de bisturí que desciende, incisiones precisas sobre membranas y tejidos que reflejan la maestría de la mano que lo maneja, no obstante cada corte es irrepetible. Como las imágenes de Vera-Roiz.
Detrás de la lente de este equipo de fotógrafos, cuya simbiosis creativa es muy superior a la egolatría, se refugian dos pares de ojos que jamás desvían la mirada. Acaso entre las fotos de modelos y las de cadáveres quede contenido todo el espectro temático de la fotografía, y sin embargo para ellos, de vocación iconoclasta, se reducen a la misma categoría de mitos que, como tales, son susceptibles de ser destrozados; el filo despiadado de la navaja de Vera-Roiz razga el velo enigmatico con que se ha cubierto a la muerte, alejandola del glamour con que ciertos artistas que pretenden acaparar la temática macabra la han rodeado; del mismo modo, el tratamiento de las fotos de modelo refleja la irreverencia y anti solemnidad con que los autores miran a traves de los prismas: ni los cadáveres son tan grotescos ni las modelos tan sublimes..
La irreverencia de Vera-Roiz no se reduce a la temática, sino que se extiende al proceso de laboratorio: así la ampliación misma se convierte en un objeto de creación, llamado quimiograma, donde el tiempo de laboratorio tiene la misma importancia en el resultado final que la toma, individualizando cáda fotografía, y transformándola en un objeto irrepetible. Los autores nos ofrecen, a manera de terapia de shock, veinte imágenes que desacralizan los dogmas de la fotografía tradicional: no van a la búsqueda de imágenes «bonitas», sino al descubrimiento de esa cotidianidad negada, revalorando al cadaver como objeto estético, intentando rescatar el estrecho contacto que todas las culturas han tenido con sus muertos, excepto la nuestra, por autocomplaciente y eufemista. De la misma forma una toma, sub expuesta con un negativo sobre-revelado, y una falta de respeto al papel fotográfico, agrediendo a la emulsión, los sitúan técnicamente más allá de donde los puristas considerarían heterodoxo.
Esta obra, mucho más cercana a Joel Peter Witkin que a Manuel Alvarez Bravo, se instala de lleno en una estética de fin de milenio que aún no se ha acabado de definir, nos enfrenta a imágenes que estallan sobre el papel; que no se quedan en la retina sino que atraviesan el sistema ocular hasta los rincones más obscuros y húmedos de la masa encefálica del espectador, confrontándolo violentamente ante obsesiones universales del espíritu humano: la belleza, la muerte, la violencia.
Sin duda una exposición polémica y no concesiva, deja en claro un envidiable sentido del humor, quizá chascarrillos de los que no se puede reír, sin ser considerado un enfermo, pero sin duda un enfermo muy divertido.
-Bernardo F.